En el post anterior (Cosmética convencional vs. Cosmética natural: Parte I) vimos cómo la cosmética convencional utiliza una enorme cantidad de químicos sintéticos con riesgos graves para la salud y para el medioambiente. En este post os cuento más motivos para que entendáis por qué pasarse a la cosmética natural es un cambio muy beneficioso para todos.
1. La cosmética convencional suele “maquillar” la piel sin aportarle verdaderos beneficios
Como ya adelantaba, una de las cosas que más me choca de toda esta historia es que los tóxicos o ingredientes de riesgo en la cosmética convencional no suelen producir ningún beneficio en la piel. Y esto es porque la mayoría de ingredientes de los cosméticos convencionales se introducen en el producto con el único fin de aparentar un beneficio en la piel (por ejemplo, aportando una falso brillo, luminosidad o homogeneidad, que desaparece tras unas horas) o con objetivos accesorios: para que huela bien, o para conseguir un color o textura más comercial.
En Cosmética hablamos por ello de ingredientes activos e inactivos. Los ingredientes inactivos son los que no contribuyen al objetivo o función principal del producto (por ejemplo, en una crema de cara, no contribuyen ni a la hidratación ni a la nutrición a la piel) sino que se introducen con otros objetivos secundarios: para conservar más tiempo el producto, mejorar el olor o la textura o incluso como simple relleno. En cambio, los ingredientes activos son los que producen un beneficio y se utilizan para conseguir el objetivo del producto concreto (hidratar, nutrir o combatir el problema de piel para el que se haya diseñado el producto).
Pues bien, los principios activos (ingredientes con una función real) que se usan normalmente en la cosmética convencional lo hacen en muy bajo porcentaje (entre 1% y 5%, como mucho). Suelen ser ingredientes naturales (aceite vegetales, vitaminas, ácido hialurónico, colágeno, etc.) ya que pocos sintéticos aportan beneficios reales. La publicidad de los productos hace referencia siempre a los ingredientes activos únicamente, haciéndonos creer que nos estamos aplicando esos ingredientes, cuando normalmente su cantidad es mínima y el producto está compuesto principalmente por ingredientes que no hacen nada (o que incluso pueden perjudicarnos). Para no dejarse engañar, podemos fijarnos en si los ingredientes que publicitan o se indican en la etiqueta se corresponden con los ingredientes que están al principio del INCI (esta es la forma técnica de llamar al listado completo de ingredientes, en el que se incluyen los ingredientes en orden de cantidad –de mayor a menor–). Normalmente un producto está formado al 95% por los primeros 2 a 5 ingredientes del INCI. Si tenemos esto en cuenta, veremos como los ingredientes de los que presume la publicidad no suelen estar en los primeros puestos, lo que por lo general implica que la cantidad introducida de cada ingrediente activo es mínima (menos del 1%). Sobra decir que si la publicidad no nos habla de los ingredientes que están al inicio del INCI (y conforman la mayor parte del producto) es porque la marca no tiene nada sobre lo que presumir de ellos.
Cuesta creerlo, pero esto ocurre con casi todos los productos de cosmética no natural. Aunque hay marcas convencionales que utilizan algunos ingredientes naturales beneficiosos, normalmente en sus productos predominan los ingredientes sintéticos e inactivos que no producen beneficio real en la piel. Es decir, son productos que únicamente nos van a generar durante unas horas un beneficio aparente (luminosidad, la piel más tensa o fresca, menos arrugas) hasta que se acaban retirando solos y nuestra piel vuelve a su estado anterior. Estas apariencias, además, nos hacen creer que necesitamos esos productos cuando al dejar de utilizarlos echamos en falta ese falso brillo o cualidad que parecía aportarnos.
Este efecto de “maquillaje” es además contraproducente muchas veces, pues muchos de estos químicos crean una película sobre la piel que impide la absorción de otras sustancias que sí serían beneficiosas para la piel.
Pongamos un ejemplo. Las cremas hidratantes convencionales suelen contener en su mayoría aceites minerales. Estos son unos derivados del petróleo que se utilizan para que la crema quede bien sobre la piel y como conservante. Son cancerígenos pero se utilizan muchísimo en cosmética porque son muy baratos. En las etiquetas de los productos figuran como paraffinum, paraffinum liquidum, petroleum, aceite de parafina, parafinum perliquidum, mineral oil, aceite de vaselina o vaselina líquida, entre otros. Salvo que os hayáis pasado al mundo de lo natural y ecológico, estoy segura de que encontráis algún producto en casa con algunos de estos ingredientes.
Estos aceites minerales crean una película sobre la piel que tapona los poros y saca la humedad hacia la superficie, lo que hace que la piel se vea más hidratada (sin que lo esté en la realidad). Con esa película la piel no respira ni elimina toxinas, lo que puede provocar acné, rosácea u otros problemas, además de un envejecimiento cutáneo. Por eso al dejar de usar estas cremas la piel puede verse más envejecida.
2. Los ingredientes naturales son los que aportan beneficios reales a la piel y al organismo
En el caso de la cosmética natural, cuando es de calidad y de fabricantes honestos, lo que ocurre es lo contrario: la mayor parte de sus ingredientes son ingredientes activos con propiedades efectivas para la piel. Las plantas, extractos y aceites vegetales tienen innumerables beneficios y por tanto pueden mejorar realmente la salud de la piel. Aunque los cosméticos naturales pueden también necesitar algún ingrediente inactivo para las funciones secundarias (conservante, antioxidante o emulsionante) suelen estar en proporciones mucho menores, además de ser más seguros para la salud y el medioambiente.
3. La cosmética natural se asimila mejor. La cosmética convencional ni se asimila ni se elimina bien.
Por último, otra importante diferencia entre la cosmética convencional y orgánica es cómo se comportan ambas al entrar en contacto con la piel y dentro de nuestro cuerpo. El organismo humano –que, no olvidemos, es natural y orgánico– “entiende” y está hecho para asimilar lo que es natural y orgánico. Cuando entran sustancias orgánicas en el organismo, éste sabe quedarse con lo que necesita y desechar lo que no le sirve o puede ser nocivo. No ocurre lo mismo con las sustancias sintéticas. Como nuestro cuerpo no las “entiende”, no las absorbe igual y, cuando las absorbe, no sabe distinguir lo que necesita retener y –lo que es más importante– no detecta lo que debe eliminar o puede perjudicarlo. De ahí la gravedad de que los sintéticos puedan ser tóxicos o perjudiciales: en muchos casos nuestro cuerpo no sabe eliminarlos y, por tanto, se nos van acumulando dentro, lo que con el tiempo puede provocar muchos problemas de salud.
Con todo esto, espero que estéis todos convencidos de que el primer paso es elegir cosmética y productos de belleza que sean 100% naturales. En el siguiente post veremos cómo lo ideal es ir un paso más allá y elegir cosmética que, además de natural, sea orgánica y clean (no tenga ingredientes que, aunque sean naturales, puedan también tener riesgos).
Connie B. (@connie_wrocks)